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14 feb 20
A sus 23 años, ha logrado ir a los Juegos Paralímpicos de Río 2016, ha conseguido el quinto puesto en el Campeonato del Mundo de Londres 2017 y ha ganado la medalla de oro y plata en el Campeonato de Europa de Berlín 2018. Su afición por el atletismo comenzó a los 12 años.
La principal dificultad a la que se enfrenta Lía es a una enfermedad degenerativa conocida como retinosis pigmentaria. “Yo de pequeña sí veía -asegura la deportista-. Empecé a perder visión con 15 años o algo así; dejé de leer y, con 18, empecé a moverme con bastón”, recuerda.
Para ayudarla en su día a día, cuenta con la ayuda de dos compañeros esenciales de vida: su perro guía Spenzer y David Alonso, su entrenador y marido. “Yo necesito a Spenzer para salir a la calle, pero voy a donde quiero”, confiesa Lía sobre este fiel compañero inseparable.
Cuando sale a la calle con Spenzer, cuenta que hay ocasiones en las que se pierde y que algunas personas la prestan ayuda. En otras, le hablan a Spenzer en lugar de a ella. Estas barreras se rompen cuando llega a su trabajo. Desde siempre, Lía ha querido ser fisioterapeuta, algo que practicó mucho en 2014, año en que sufrió una lesión que la mantuvo alejada de las pistas durante 12 meses. “En ningún caso nadie ha puesto en duda que sea menos capaz que mis compañeras y eso creo que rompe muchas barreras”, reconoce sobre su entorno laboral.
Al lado de sus compañeras de trabajo y de Spenzer, aparece otra figura que ha ayudado a que Lía se convierta en la deportista de élite que es actualmente. Esta persona es David Alonso, atleta, guía y marido de Lía. Gracias al atletismo se conocieron y ahora son casi un reflejo el uno del otro cuando corren juntos en la pista. Algo que añade Lía: “A base de práctica, corremos como un espejo prácticamente. Cada apoyo mío es simétrico a un apoyo suyo”.
“Correr juntos implica que hay que ser consciente de que el que corre es el atleta y no el guía”, explica David. Y la atleta en este caso es Lía, para quien el atletismo supuso “una forma de integración social”. Además, asegura que lo más importante es que los pensamientos no sean derrotistas. “El día que asumes que tienes una discapacidad, ese día la superas –afirma–. Una vez que pasa eso, ya solo tienes que vivir tu vida”.
La implicación de Lía con el atletismo es total. A pesar de que asegura que los Juegos de Río se le quedaron grandes, para Tokio este año quiere “volar sin miedo a aterrizar”. “Me daba miedo lo que pasaría después de acabar el 400, por la pájara, el dolor de cabeza, el dolor de piernas, las ganas de vomitar… Todas esas malas sensaciones las tenía que olvidar -recuerda-. Es importante no tener miedo a qué va a pasar después”.
Ella no tiene miedo a lo que venga y quiere participar en los Juegos de Tokio 2020. Seguro que lo conseguirá porque, tal y como ella dice, vuela sin miedo a aterrizar. Y alguien así es imparable.
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Aceptar cookiesEsta es la historia de Lía Beel
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